31 de diciembre
Hoy marcho al último de los
países del viaje: Botsuana. He contratado el desplazamiento con el hostal done
voy a pernoctar en Kasane, cerca del Parque Nacional de Chobe: The Old House. A
las 7 y media me llaman por teléfono para confirmar la hora de recogida: las
10. Desde el hotel hasta la frontera hay unos 45 minutos por una carretera de
doble sentido, en bastantes buenas condiciones, y prácticamente desierta: tan
solo nos cruzamos con un par de camiones y tres o cuatro coches. Tras salir de
Zimbaue me recoge otro conductor en un jeep. El cruce de la frontera con
Botsuana va muy rápido. Tan solo me hacen desinfectarme los zapatos para evitar
la contaminación agrícola, aunque ni siquiera me preguntan si llevo frutas o
verduras, que es su principal preocupación, en teoría. Tampoco me someten al
control de Ébola.
Kasane dista de la frontera poco
más de 10 kilómetros. Es un pueblo pequeño, situado junto al río Chobe, uno de
los afluentes del Zambeze. En esta zona se sitúan las fronteras de cuatro
países: Zimbaue, Zambia, Botsuana y Namibia. El pueblo es poco más que una
carretera, con algunas tiendas y hoteles para los visitantes del parque
nacional.
En cuanto llego al hotel contrato
un crucero por el río para esta tarde (a las tres y media) y pregunto por un
posible safari de día completo para Año Nuevo (en principio me ofrecen solo el
safari de 3 horas por la mañana). Me dicen que hay otra persona interesada y
que me lo confirman luego. Más tarde me corroboran que puedo hacerlo. Aunque al
ser solo dos personas resulta un poco caro (1.500 pulas, unos 130 euros),
decido enrolarme. Al fin y al cabo, para esto he venido y en Kasane hay poco
más que hacer, por otra parte, que visitar Chobe.
Después de entrar en la
habitación y acercarme a ver el embarcadero del hostal, situado junto al río,
salgo a dar una vuelta por el pueblo (más bien la carretera) y entro a un banco
a cambiar unos pocos dólares. Pido número, pero hay casi 40 personas delante de
mí y solo dos ventanillas abiertas. Me puede la impaciencia occidental, de modo
que desisto y saco el dinero de un cajero.
Antes del crucero como un “fish
and chips” en el restaurante del hotel (como era de esperar más de una hora
para prepararlo, lo cual no es de extrañar teniendo en cuenta que tardan veinte
minutos en tomar nota del pedido).
El crucero por el río Chobe es el
tercero que hago durante el viaje. Este es el bote más pequeño que cojo y es
también el lugar donde veo más animales: sobre todo, grupos de hipopótamos, no
solo dentro del agua, sino también en las orillas. Vemos, asimismo, antílopes,
pájaros, cocodrilos grandes y un elefante. Chobe es una zona mundialmente
famosa por la concentración de elefantes, pero al ser temporada húmeda disponen
de agua en el interior y no se acercan al río a beber. Tan solo vemos, pues, un
macho joven en la orilla. Los machos jóvenes son los únicos que no transitan en
manadas, porque cuando son sexualmente activos se les expulsa del grupo.
El crucero resulta ser una
verdadera pasada. Lo disfruto mucho, no solo por los animales, sino porque el
paisaje, extremadamente fértil, es muy hermoso. Tan solo me fastidia un poco
una alemana medio estúpida sentada junto a mí, que no para de reírse con una
risita tonta y de hablar todo el rato con el novio. Pero en los momentos en que
permanece callada (los menos, me temo) la tranquilidad de surcar el río viendo
animales a lo lejos y rodeado de vegetación es incomparable. Es una manera
estupenda de terminar el 2014, un año un tanto complicado aún desde el punto de
vista emocional.
La cena la hago en el mismo
restaurante del hotel, después de enviar unos mensajes de felicitación de fin
de año y de escribir un poco en el diario. Una pizza hawaiana regada con una cerveza
local que le pido al camarero que me recomiende y que resulta no estar nada
mal. Luego actualizo el diario ¡Y a la cama, que mañana hay que madrugar para comenzar el 2015 con un
safari por el parque de Chobe!
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