21 de diciembre de 2014
Tras desayunar, bajo una
media hora al gimnasio. Hoy salimos del hotel a las 7,45 con rumbo a “Table
Mountain”, la montaña con forma de mesa en la cumbre que rodea Ciudad del Cabo.
Subimos a la montaña en un “cable car”, cuya superficie, cosa curiosa, va rotando
para que todos puedan admirar las vistas. Desde la cima de la montaña se divisa
toda la ciudad, el océano y Robben Island. Hay varios senderos circulares
señalizados. Elijo uno de ellos, el más largo, el Klipklinger path, que se
recorre en unos 45 minutos, sin contar algún “detour”, que no hago por falta de
tiempo. Aunque en algunos tramos hay nubes bajas, en general las vistas merecen
mucho la pena. Por el camino veo un pequeño “Dassie”, una especie de roedor
local, que dicen que está emparentado con el elefante (¿?).
De vuelta al autobús
hacemos un recorrido por el centro de la ciudad, con una breve parada para
admirar la catedral, el parlamento y lo que fueron en su día los jardines de la
East India Dutch Company. En los jardines hay una estatua de Cecil Rhodes, el
fundador de Rhodesia y uno de los explotadores de los diamantes del continente
africano. El guía hace hincapié en su faceta como filántropo y benefactor, pero
pasa de puntillas por su defensa del colonialismo británico y su racismo
rampante. Sí menciona su posible homosexualidad, no demostrada. La estatua me
recuerda algo a las de Corea del Norte, en su estética glorificadora.
Nuestra última parada es
una playa desde la que se puede contemplar Table Mountain a lo lejos. Antes de
llegar al hotel nuestro grupo se baja en el waterfront y hacemos un intento por
ver si hay billetes para Robben Island. Nos dicen que están todos agotados
hasta el año que viene… Comemos por allí en un mercado lleno de puestos de
distintos tipos de comida y luego nos separamos: Sergio y Brigitte, los amigos
de Elena, se marchan a visitar el acuario. El resto del grupo regresamos al
hotel. Elena, su marido y yo nos acercamos antes a una tienda a comprar un
adaptador de corriente y espaladrapo.
Ya en el hotel bajo como
una hora y media al gimnasio. A las cinco hemos quedado con Brigitte y Sergio
para ir todos juntos a pasear por el centro. David, uno de los hijos de Elena,
se queda en el hotel. El centro de la ciudad no es nada del otro mundo, la
verdad. Algunas casas pintadas de colores, que tienen su origen en las casas
que pintaron los esclavos africanos tras su liberación en 1834, y los mismos
edificios que hemos visto esta mañana. Al ser domingo, el centro está prácticamente
desierto y casi todo permanece cerrado. Por el camino encontramos varios
mendigos pidiendo. Como hemos comentado ya entre nosotros, las desigualdades en
Sudáfrica son inmensas y casi todo lo que estamos visitando está al servicio de
una elite.
Hacemos una breve parada
en el hotel. Sergio y Brigitte se quedan allí, mientras que Elena, su marido,
Daniel (su hijo mayor) y yo nos acercamos a cenar al waterfront. Cenamos en un
restaurante italiano, con una cervecita (aprovecho para coger chapas para Héctor, el hijo de mi amiga Fátima), unas pizzas deliciosas y un tiramisú con chocolate
nada despreciable. Ni Elena ni Jim toman postre, pero por suerte Daniel es de
los míos, goloso por naturaleza, y no me deja solo frente al peligro…
Volvemos caminando al
hotel y acaba así nuestro segundo día de circuito, con un ritmo muy relajante y
agradable.
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