A las 5,30 me levanto.
Tras ducharme y afeitarme, bajo a desayunar a las 6,30 (soy el primero en el
comedor) y subo un rato a escribir en el diario. A las 7,45 tenemos un “briefing”
con el guía y a las 8,30 emprendemos el tour. Elena me presenta a sus hijos,
David y Daniel, de 25 y 27 años respectivamente, y a sus amigos Sergio, un
arquitecto argentino afincado en Estados Unidos, y Brigitte, su antigua “roommate”,
casada con Sergio y de procedencia alemana.
Nuestra primera parada es
Maiden’s Cove, una playa espectacular situada en una zona rica. Luego seguimos
el recorrido hasta Hout Bay, un puerto pesquero sin nada especialmente
reseñable. Al entrar en la reserva natural del Cabo de Buena Esperanza vemos
algunos animales: avestruces, una especie de antílopes y babuinos con sus
crías. En el Parque nos acercamos a Cape Point, desde donde se divisan unas
vistas espectaculares del Cabo de Buena Esperanza, el lugar más al suroeste del
continente africano. El paisaje es realmente magnifico y el agua tiene unos
colores asombrosos. Descendemos con el autobús hasta el Cabo y, tras parar 10
minutos, nos acercamos a Simon’s Town, el pueblo donde vamos a almorzar y a
visitar una pingüinera. La pingüinera no es nada del otro mundo. Me gustaron más
las de la Patagonia, aunque no deja de ser curioso ver las colonias de
pingüinos africanos.
Nuestra última parada del
día es el Jardín Botánico. Llegamos al hotel sobre las seis y diez. A las siete
es la cena de bienvenida. Aunque el tiempo está justo, bajo media hora al
gimnasio, lo que me supone retrasarme un poco para la cena. De todas formas,
los hijos de Elena llegan algo más tarde, porque se han acercado al Waterfront
a comprar unas camisetas y unos pantalones cortos para poder utilizar el gimnasio.
Tras la cena, subo a la habitación a ponerme al día con el diario. Mañana tocan
diana otra vez a las 6,30.
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