18 de diciembre de 2014.
En el primer avión (de
Madrid a Qatar) me llevo una pequeña sorpresa. Me han dado un asiento de los de
en medio, cuando pensaba que llevaba pasillo. Debió de haber alguna confusión
cuando reservé el asiento por teléfono, porque compruebo que efectivamente el
número corresponde al que reservé. Tampoco pasa nada, aunque no me gusta mucho
eso de ir encajonado. El vuelo hasta Qatar pasa relativamente rápido (son algo
menos de siete horas). Cada asiento tiene una pantalla individual con cientos
de películas y series. Veo un thriller – La
entrega- que está bastante bien. Nos dan de comer dos veces: comida más
tentempié. Otra cosa no será, pero comida no me va a faltar en el viaje.
En el segundo avión tengo
por fin pasillo. Después de comer (otra vez) duermo un rato. Son ya casi las
dos de la mañana en España. Lo malo es que a las pocas horas (sobre las seis y
poco) vuelven a encender las luces para el desayuno, aunque quedan más de dos
horas y media para aterrizar. ¡Qué pesados! Hago un último intento de dormir
después del desayuno, cubriéndome la cabeza con la manta, pero es un intento
frustrado, porque la pareja que está sentada a mi lado me despierta para salir
al servicio. Aterrizamos con un ligero retraso, sobre las diez y veinte hora
local. Al salir del avión, ya camino de la zona de inmigración, veo que no
llevo la camiseta térmica de montaña que tenía anudada a la cintura. Regreso al
avión y miro en el asiento, pero no está. Se me ha debido de caer en la escala
en Qatar, pienso. Me da un poco de rabia, porque aunque ya tiene sus años, es
una camiseta bastante buena y la única que tenía de este grosor.
Tras pasar inmigración y
la aduana sin problemas, cambio algo de dinero (con un cambio bastante malo,
por cierto) y salgo a la zona de llegadas, donde me espera el transporte que
había reservado por Internet para llegar al hotel. Sigo al conductor hasta el
parking. Por el camino estoy a punto de pedirle que paremos un momento en una
de las tiendas de “duty free” para comprar un adaptador a los enchufes de
Sudáfrica, que tienen tres agujeros redondos y para los que no valen los
adaptadores internacionales normales. Pero al final lo dejo estar. En el
parking hago un intento de subirme al lado del conductor, en el asiento derecho
de la zona delantera. Veo que el chofer me pone cara rara. Normal, porque estoy
intentando subirme al asiento del conductor. Se me había olvidado que en
Sudáfrica, como en otras excolonias británicas, se conduce por la izquierda. Al
final me monto detrás.
De vuelta al hotel, bajo
un rato al gimnasio. Pensaba acercarme luego a comer a un restaurante de
pescado del Waterfront, pero al final me da pereza, porque mañana tengo que
madrugar mucho: vienen a recogerme a las 5.10 para la excursión de los
tiburones.
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