27 de diciembre
Hoy partimos rumbo a
Johannesburgo, la última etapa del tour. Es básicamente un día de autobús, aunque
el camino discurre por una ruta panorámica con varias paradas interesantes en términos
paisajísticos.
Antes de salir tengo un
pequeño contratiempo. Me hago daño al agacharme para meter una cosa en la
mochila y se me pone una contractura bastante fuerte en la espalda, en la zona lumbar.
Me cuesta un poco andar y, sobre todo, sentarme y levantarme, pero me apaño
para desayunar primero y subir al autobús después. El tiempo tampoco acompaña:
llueve bastante y hay niebla, lo que nos impide disfrutar de nuestra primera
parada en un promontorio que llaman la “ventana de Dios”, porque las vistas, al
parecer, son espectaculares. Subimos al mirador, pero no se divisa nada. Cuando
regresamos al autobús el tiempo mejora un poco y podemos admirar el paisaje,
inmensamente fértil, desde la ventanilla.
Paramos para comer cuando
faltan un par de horas para llegar a Johannesburgo. El restaurante que elegimos
(Elena, su marido, sus hijos y yo, pues Brigitte y Sergio prefieren comer solo
fruta) tiene muy buena pinta. Es el único edificio del pueblo que se mantuvo
intacto durante la guerra Anglo-Boer. Pido un guiso típico con avestruz en cazuela
de barro, pero tardan casi una hora en servirnos, a pesar de que les pregunté
si el guiso tardaría mucho y me dijeron que era rápido. Como solo nos han dado
una hora y cuarto, y la comida está ardiendo, no puedo llegar a acabarme el
plato. Una pena, porque es lo mejor que he probado en Sudáfrica.
En el autobús Don, el
guía, sigue desgranando la historia de Sudáfrica y habla también del sistema
político, educativo y sanitario. Es tremendamente crítico, probablemente con toda
razón, y enfatiza continuamente cómo han empeorado las cosas en los últimos años,
así como la corrupción que impera en el país desde la muerte de Mandela. Nos
reta a acercarnos al hospital de Johannesburgo y ver simplemente la entrada
para darnos cuenta de que aquello es un caos, a pesar de que el sistema
sanitario sea público y gratuito.
Antes de llegar a
Johannesburgo paramos en el centro de Pretoria, para ver la sede del gobierno.
Está jarreando a mares y tan solo los hijos de Elena, por un lado, y yo, por
otro, nos atrevemos a bajar del autobús, aunque solo sea para ver los jardines
y los edificios en dos minutos.
En Johannesburgo nos
hospedamos en una zona cerrada, Melrose Arch, con vigilancia privada y cámaras
de seguridad, una de esas jaulas de oro que protegen a la clase acomodada y a
los turistas de la violencia que azota la ciudad. Después de la cena (en un
italiano) me acerco al bar del hotel, especializado en batidos, a tomar uno (el
dulce siempre me pierde). Elena me dice que se une a mí. Quiere comentarme
alguna cosa relacionada con los tiempos en que compartíamos equipo rectoral.
Estamos charlando casi hasta las once de la mañana.
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