domingo, 28 de diciembre de 2014

El Cañón del Río Blyde

27 de diciembre




Hoy partimos rumbo a Johannesburgo, la última etapa del tour. Es básicamente un día de autobús, aunque el camino discurre por una ruta panorámica con varias paradas interesantes en términos paisajísticos.

Antes de salir tengo un pequeño contratiempo. Me hago daño al agacharme para meter una cosa en la mochila y se me pone una contractura bastante fuerte en la espalda, en la zona lumbar. Me cuesta un poco andar y, sobre todo, sentarme y levantarme, pero me apaño para desayunar primero y subir al autobús después. El tiempo tampoco acompaña: llueve bastante y hay niebla, lo que nos impide disfrutar de nuestra primera parada en un promontorio que llaman la “ventana de Dios”, porque las vistas, al parecer, son espectaculares. Subimos al mirador, pero no se divisa nada. Cuando regresamos al autobús el tiempo mejora un poco y podemos admirar el paisaje, inmensamente fértil, desde la ventanilla.

En las dos siguientes paradas, en cambio, disfrutamos de unas vistas realmente bonitas de “Blyde Canyon”, el tercer cañón más grande del mundo después del Gran Cañón de Arizona y del Cañón del Río Fish en Botsuana. El paisaje merece mucho la pena y debe de ser un buen sitio para pasar un par de días haciendo alguna ruta. El guía aprovecha también para hacer un foto de grupo.









Paramos para comer cuando faltan un par de horas para llegar a Johannesburgo. El restaurante que elegimos (Elena, su marido, sus hijos y yo, pues Brigitte y Sergio prefieren comer solo fruta) tiene muy buena pinta. Es el único edificio del pueblo que se mantuvo intacto durante la guerra Anglo-Boer. Pido un guiso típico con avestruz en cazuela de barro, pero tardan casi una hora en servirnos, a pesar de que les pregunté si el guiso tardaría mucho y me dijeron que era rápido. Como solo nos han dado una hora y cuarto, y la comida está ardiendo, no puedo llegar a acabarme el plato. Una pena, porque es lo mejor que he probado en Sudáfrica.

En el autobús Don, el guía, sigue desgranando la historia de Sudáfrica y habla también del sistema político, educativo y sanitario. Es tremendamente crítico, probablemente con toda razón, y enfatiza continuamente cómo han empeorado las cosas en los últimos años, así como la corrupción que impera en el país desde la muerte de Mandela. Nos reta a acercarnos al hospital de Johannesburgo y ver simplemente la entrada para darnos cuenta de que aquello es un caos, a pesar de que el sistema sanitario sea público y gratuito.

Antes de llegar a Johannesburgo paramos en el centro de Pretoria, para ver la sede del gobierno. Está jarreando a mares y tan solo los hijos de Elena, por un lado, y yo, por otro, nos atrevemos a bajar del autobús, aunque solo sea para ver los jardines y los edificios en dos minutos.





En Johannesburgo nos hospedamos en una zona cerrada, Melrose Arch, con vigilancia privada y cámaras de seguridad, una de esas jaulas de oro que protegen a la clase acomodada y a los turistas de la violencia que azota la ciudad. Después de la cena (en un italiano) me acerco al bar del hotel, especializado en batidos, a tomar uno (el dulce siempre me pierde). Elena me dice que se une a mí. Quiere comentarme alguna cosa relacionada con los tiempos en que compartíamos equipo rectoral. Estamos charlando casi hasta las once de la mañana. 

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