Paso una noche un poco
regular, porque la contractura me molesta bastante y me cuesta mucho moverme y
levantarme de la cama. Me echo réflex, hago algunos estiramientos que encuentro
en internet y en el desayuno me enchufo antinflamatorios y analgésicos. No me
gusta tomar medicación por una simple contractura, pero quiero mejorar rápido,
porque mañana emprendo la ruta a Victoria Falls solo y tengo que manejar el
equipaje. En el desayuno le pregunto a Don por la mejor manera de llegar al
aeropuerto. Me recomienda que busque un taxi yo mismo, porque a través del
hotel será más caro. Salgo a la calle y le pregunto el precio al único taxista
que veo. Me pide 450 rands (algo más de 30 euros). Le ofrezco 350, se lo piensa
y al final me dice que sí por 370. Quedo con él a las seis de la mañana. El
precio no está mal, por lo que veo después, porque en distintas webs te piden
470 o 495 rands.
Cuando partimos, sube al
autobús otro guía, de Soweto, que nos va a enseñar este barrio. La primera
parada es para una foto del cartel y de unas casas que son bastante acomodadas:
en Soweto a día de hoy vive también población negra adinerada y el barrio no es
siempre ese reducto de pobreza y rebeldía que fue durante el apartheid. La
segunda parada es para fotografiar desde el autobús unas torres de electricidad
decoradas con motivos africanos y la tercera, para visitar un museo que no
resulta ser nada del otro mundo, aunque sí merece la pena conocerlo para
familiarizarse con la represión de las protestas estudiantiles en 1976 (el
museo está dedicado a Hector Pieterson, un niño de 13 años, muerto a tiros,
como otros jóvenes, por protestar en contra de la introducción del afrikáans
como lengua obligatoria en las escuelas negras). Luego, vamos a la casa de
Mandela y finalmente, al museo del apartheid, que para mí es lo que más merece
la pena de todo el recorrido. Se trata de un museo grande y muy bien “ambientado”.
De hecho, los billetes de acceso dividen a los visitantes aleatoriamente en “blancos”
y “negros”, con dos entradas distintas para iniciar la visita. Se pueden ver
varios documentales, fotos, documentos históricos y objetos reales: impresiona,
por ejemplo, ver las celdas de aislamiento o la inmensa tanqueta que utilizaba
la policía para reprimir las manifestaciones, sobre todo durante los años 80.
No se pueden hacer fotos en el interior, pero es una visita muy recomendable.
Antes de llegar al hotel
pasamos por el centro de Johannesburgo para ver las calles desde el autobús. En
el barrio donde están las oficinas del gobierno, y donde antaño había comercios
y hoteles, casi todo permanece cerrado y en decadencia. En algunas calles
adyacentes sí se ven comercios abiertos, aunque la estampa general es la de un
sitio desangelado. Ya de regreso al hotel, sobre las tres y media, salimos a
comer a un restaurante africano de Melrose Arch. Inicialmente me pido un guiso
de avestruz parecido al que no pude acabar el día anterior, pero la camarera me
recomienda mejor el filete de avestruz. Aunque los precios son caros para Sudáfrica,
la carne está muy buena. Eso sí, a las 7 tenemos la cena de despedida, a la que
llegaremos poco después de acabar de comer. Antes de volver al hotel me enchufo
otro antinflamatorio y un analgésico, aunque estoy muchísimo mejor de la
contractura, afortunadamente.
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