sábado, 20 de diciembre de 2014

De tiburones y de perros


19 de diciembre de 2014




A las cinco en punto estoy ya en recepción, tras doparme con dos pastillas de biodramina con cafeína. Con un poco de retraso, cuando ya estaba preocupándome un poco, llega una furgoneta de la compañía “White Shark Diving”, con la que he contratado la inmersión en jaula. En la furgoneta va también una chica de Singapur y en la siguiente parada recogemos a tres americanas: una analista de “social media”, que viaja sola, y que dice que no ha podido pegar ojo en toda la noche de los nervios con la excursión, y otras dos americanas que viajan juntas. El par de horas que tardamos en llegar a Gaansbai, la que llaman “the white shark capital of the world”, desde donde sale la excursión, las aprovecho para echar alguna cabezada.

Cuando llegamos a las oficinas de la compañía nos hacen firmar un papel librándoles de cualquier responsabilidad en caso de muerte o lesión, nos dan de desayunar, vemos un vídeo con instrucciones de seguridad y nos muestran cómo operar en la jaula que utilizaremos para la inmersión. Desayuno un poco para evitar un posible mareo, y me tomo otras dos pastillas de biodramina, pero tampoco como demasiado, porque no quiero acabar echando cebo para los tiburones por la borda. El dueño del negocio, el capitán Brian McFarlane, nos advierte de que en verano las condiciones de visibilidad no son las mejores y de que gran parte de los tiburones emigran a otras zonas, como Australia. Suena poco prometedor, aunque entiendo que se está cubriendo las espaldas por si acaso…



La barca tarda unos quince minutos en llegar al lugar donde vamos a fondear. En ella viajamos algo menos de 20 personas. A nuestro paso se levanta bastante oleaje, pero yo fijo la mirada en el horizonte, me pongo en la parte de abajo, donde hay menos movimiento, y consigo no marearme. Cuando anclamos intentan atraer a los tiburones con cebo (una especie de mezcla de pescado, trozos de atún y hasta sardinas). Tras esperar una hora más o menos, se acerca el primer tiburón y preguntan quiénes quieren bajar en el primer turno en la jaula. La chica de Singapur me pregunta que si me animo y le respondo que sí, que por qué no. Me pongo el traje de neopreno, incluidos los guantes que compré en el Decathlon, me ayudan a ponerme las gafas de buceo y a ajustarme la cámara GoPro en la cabeza y me meto en la jaula. La primera sensación es de un cierto agobio, aunque para mi sorpresa el agua no está apenas fría. Cada cierto tiempo nos gritan que nos sumerjamos, porque pasa un tiburón. La experiencia es curiosa, pero yo no llego a divisar bien el tiburón. Si acaso, alguna forma pasando rápidamente al lado de la jaula. En total, estamos en el agua unos veinte minutos.  






Ya en cubierta se divisan con mucha más claridad los tiburones. Impresiona verlos tan de cerca. La chica de Singapur se marea y la pobre se pasa casi todo el tiempo apoyada sobre la borda, con bastante mala cara, la verdad.

Tras los tres turnos de inmersión, preguntan si alguien quiere repetir en la jaula. Me apunto a este nuevo turno, algo más corto (unos 8 o 9 minutos), pero que disfruto mucho más. Por una parte, no tengo la misma sensación de agobio del principio. Y por otra, esta vez sí que diviso, y grabo, tiburones debajo del agua. A cambio, paso algo más de frío, probablemente porque el traje de neopreno está ya húmedo. Con las prisas tampoco me he puesto los guantes.













Después de observar a los tiburones otro rato desde la cubierta volvemos a Gaansbai. En las oficinas nos dan de nuevo de comer y nos proyectan la grabación del viaje, que finalmente compro, porque me parece un buen recuerdo de la experiencia, que la verdad es que ha merecido mucho la pena. Es de estas pequeñas aventuras que uno no hace todos los días.





El camino de vuelta lo paso casi todo durmiendo. Me despierto solo en una parada técnica que hacemos cuando queda una hora para llegar a Ciudad del Cabo. Justo al lado de nuestra furgoneta hay una mujer dando trozos de pastel de carne a sus dos perros, grandotes y muy guapos, que nos llaman la atención a todos.



Llegamos al hotel sobre las cinco y media. Bajo al gimnasio un rato y me acerco a cenar al restaurante de pescado al que no fui ayer. Elijo un menú con tempura de langostinos y un pescado blanco, que no está nada mal. De postre un pudding bastante bueno. Y además barato (unos 14 euros al cambio). Regreso al hotel por la carretera principal, para evitar despistarme callejeando, como me sucedió ayer. Hay pocos transeúntes y se me acercan un par de vagabundos, pero pasan muchos coches y los vagabundos me dejan en paz cuando sigo caminando.



Cuando llego al hotel saludo a Elena López y a su marido. Como no les había visto, les había dejado una nota en la puerta de su habitación. Están en la misma planta que yo, aunque al rato se cambian a la segunda planta, porque descubren un par de cucarachas correteando por su habitación….

Y con esto acaba el día. Mañana hay que estar en pie sobre las 6,30 para desayunar y empezar el circuito.

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