lunes, 5 de enero de 2015

El Delta

 3 de enero - Anoche estaba muy cansado, de modo que duermo sorprendentemente bien, ajeno por completo a los sonidos de los animales, que sí me despertaban en la jungla del Petén el año pasado. A las seis menos cuarto estoy en pie y a las seis me traen el café. A las seis y media voy  a desayunar. Me llama la atención que un yogur normal tiene más de 350 calorías: el triple que en España y siete veces más que los desnatados que suelo tomar yo. Con razón estoy cogiendo varios kilos de más. Entre las comidas altamente calóricas, la falta de ejercicio y las grasas animales con las que seguro que cocinan en toda la región uno se siente hinchado casi todo el día. A la vuelta habrá que recobrar urgentemente hábitos más saludables. 

Después de desayunar, Peter y Belinda se marchan a hacer un recorrido en mokoro, la canoa tradicional, que el barquero impulsa con una pértiga, a modo de góndola africana (son aguas muy poco profundas). 


Yo monto en otro mokoro para un recorrido breve, de unos diez minutos, hasta Chief’s Island, donde vamos a hacer una marcha a pie. El recorrido por el mokoro es de lo mejor desde que llegué al campamento: relajante y tranquilo. Por desgracia, son solo diez minutos y salimos demasiado tarde, con tanta tontería de desayuno: habría que haber partido incluso antes de las seis y no a las siete y cuarto. En el mokoro vamos Mike y yo. Y en otra canoa, un chaval joven. Mike me pregunta si he montado alguna vez en mokoro. Cuando le digo que no apostilla que no lo parece porque me he sentado bien en seguida: con las piernas abiertas, una a cada lado, para balancear la barca, y la mochila entre las piernas. Es que uno está ya muy viajado, a pesar de ser torpe. Y, además, para eso no hace falta ir a Salamanca. Sobre todo estando Alcalá J



El paseo por la isla, de unas dos horas de duración, es aceptable, pero tampoco nada excepcional. Hace mucho calor, el paisaje no es nada del otro mundo, y tampoco se ven tantos animales: antílopes, un elefante semiescondido y algunas jirafas. Mike explica la función de algunos árboles y me enseña algunas huellas de leones y elefantes. Antes de empezar el paseo me explica que él irá delante y que si vemos algún animal no corra hasta que lo haga él. También me dice que, llegado el caso puedo trepar a un árbol, pero que no me preocupe porque Dios estará con nosotros, por lo que no tendremos problemas. Got mit uns! Pues que Dios nos coja confesados…





De regreso al campamento, un rato a la tienda y otra vez a comer. Al almuerzo se unen dos alemanes que han llegado hoy.

Tras unas tres horas de descanso, que yo aprovecho para leer un rato, dormir una siesta y escribir algo en el diario, toca otra vez el té. Y luego salimos para un nuevo crucero del atardecer. Lo íbamos a hacer en dirección contraria a la de ayer, pero nos dicen que vamos a repetir el sentido de la marcha porque hace mucho calor. De nuevo, el viaje de ida se disfruta mucho, con esa tranquilidad que proporciona deslizarse por el río. Pero al regresar otra vez tenemos el sol de frente. Los dos alemanes van en una barca y los ingleses y yo en otra. Compruebo que mi impresión de que Peter y Belinda son unos snobs no dista mucho de la realidad: por ejemplo, por los comentarios peyorativos que Belinda hace cuando vemos un grupo de americanos que están alojados en otro campamento, próximo al nuestro, y que pertenece a la misma compañía, pero que es algo menos lujoso. Otros comentarios semejantes refuerzan esa idea de que quieren exclusividad (“privacy”, como lo llaman ellos), algo que, con menos fervor, también dejan caer los alemanes en la cena. En fin, cuando menos es una experiencia conocer cómo piensa este tipo de gente, para estar todavía más orgulloso de lo que creo.  







El rato antes de la cena lo aprovecho para darme un ducha rápida (ahora el agua está más caliente, al ser una ducha solar) y para ver anochecer desde el porche. El sol se tiñe de colores rojizos mientras observo a un hipopótamo que sale del agua justo enfrente de mi tienda y se aleja lentamente.






En la cena, conversaciones insustanciales (Peter tiene un coche deportivo, Belinda tiene una cocina alemana, comentaros sobre el whisky…), todo ello precedido del mismo ritual de presentación de la cena, esta vez a cargo de una camarera. Y a mi lado, sentados a la mesa, dos trabajadores del campamento hablando en Setswana. Todo un poco surrealista, la verdad. Pero reconozco que resulta una estampa divertida, en cierto sentido.

El guía que cena con nosotros me pregunta qué tal con Mike (le respondo que bien, cortésmente) y entonces añade que mañana haremos otro paseo a pie. Le corrijo y le preciso que mañana quiero mokoro. Me dice que no hay problema, aunque parece que le rompo los esquemas. Se levanta y habla con Mike por el “walkie talkie”. Luego comenta algo con la otra empleada que cena con nosotros mientras me señala con el dedo, lo cual no deja de ser de mal gusto. La empleada se ríe también cuando Peter y yo nos acercamos al buffet a servirnos el plato principal, parece ser, sugiere Peter, por coger pescado habiendo carne (en realidad yo me sirvo un poco de todo, incluyendo pollo y kudu, una especie de antílope).

En cuanto acabamos de cenar, y se levantan todos para ir arriba a tomar otra bebida, a instancias del guía que ha cenado con nosotros, me excuso y me marcho. Me despido de Peter y Belinda, que parten mañana, y les digo a los alemanes que nos vemos mañana en el desayuno.

El guía que ha cenado con nosotros me escolta a la tienda. Por el camino se oye un ruido parecido al de los grillos o las chicharras. Me quedo unos instantes en el porche de la tienda, mirando a lo lejos, hacia la oscuridad, y escuchando los sonidos de la noche. Luego, mientras escribo en el diario, oigo una especie de ladridos. Salgo de nuevo al porche para escucharlos mejor. Es una mezcla de ladridos y de gruñidos, supongo que de jabalí. Mientras sigo escribiendo se oyen más ruidos de animales (hipopótamos o jabalíes, imagino) cerca de la tienda. Resulta fascinante, aunque también intimida un poco, a decir la verdad. Antes de marcharme a la cama salgo de nuevo unos instantes al porche, a disfrutar de la noche en el “bush”. 

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